Creo que cada uno de nosotros (y el Arte no escapa a esta consideración) es siempre la continuación de muchas cosas, de sendos mundos y diversas experiencias, debe serlo por fuerza, y es mi convicción personal de que cuanto mayor sea nuestra consciencia sobre dichos influjos, tanto más cerca se estará de ser un principio. El arte no debiera estimarse como un elemento de ruptura, disyuntivo, sino de conciliación y síntesis entre lo variado, incluso incongruente. Sólo se llega a ser uno mismo a través de otras muchas encarnaciones; lo único es el resultado de lo universal, no viceversa, y el Arte no escapa a esta ley. Un presente puro y disociado es igual a nada; una época, un Arte, cuyo rostro no atestigua signos seguros de algún pretérito, es una época y un Arte sin rostro, peor aun, sin alma.

Por ello apelo en mi pintura al símbolo, por su carácter intuitivo e iniciático, por considerarlo el único lenguaje capaz de reanudar el diálogo con los precedentes y reabsorber de la sabiduría pretérita las preocupaciones eternas; el único capaz de atravesar las barreras de espacio y tiempo, superar las limitaciones materiales y elevar al hombre hacia los temas inmanentes, hacia lo esencial e inmarcesible; el único capaz de abordar todos los misterios sin pretender resolverlos o soslayarlos con \"verdades\" de dudosa legitimidad... Apelo al símbolo, sí, como a la forma más elevada de comunicación no sólo entre los hombres, sino entre los hombres y las cosas, el entorno, la vida, el universo; como la forma más perfecta e imperecedera de transmición cognitiva e integración, convencido de que todo aquello que no deviene símbolo carece de devenir.